Para J., con todos los recuerdos del mundo.
Para O., la sexóloga personal de la terapéuta sexual.
"Me gustan los hoteles... baratos"
Cuando escuché estas palabras, frente a un vasito de humeante café, me pareció que mi amiga hacía una confesión. Mi mente se llenó de imágenes de moteles y hotelitos baratos y recordé la primera vez que pisé un hotel de estos. Horas después, ya en casa pensé que sería un tema interesante para este erótico blog.
El mundillo de los hoteles "de paso" es toda un amplia industria en nuestra ciudad., casi podría decir que en nuestro país. En las ciudades que he visitado de México, incluso en pueblecitos he visto lugares de este tipo. Debo admitirlo, cuando paso cerca de alguno de ellos, no puedo evitar mirar de reojo hacia adentro. Una vez cuando era más jóven -ya tenía esa costumbre de ver si había muchos o pocos carros dentro-, me sorprendí de ver casi todas las habitaciones llenas. Era martes a las 11 de la mañana. Una pequeña ciudad de la frontera norte. No hay hora exclusiva para el sexo, pensé. No hay hora exclusiva para el sexo, ahora confirmo.
Mi opinión sobre los hoteles para el sexo ha ido cambiando con el paso de los años. Hará unos 8 años, me eran indiferentes. Sabía que existían para ir a hacer el amor y me parecía lamentable que las parejas no tuvieran un espacio íntimo para ellos y tuvieran que compartirlo con prostitutas y/o clientes escandalosos. Esa era mi idea de los moteles. Ya que conocí al sexo en persona, no pensaba en ellos porque no había necesidad de visitarlos. Para mí, los novios amorosos siempre hacían el amor cuando papa y mamá no estaban en casa, o tenían "fajes" a escondidas en alguna fiestecilla en casa de amigos. La mayoría de mis amigos íntimos de la época posterior vivían solos, así que no había problemas de tener que trasladarse a un lugar aparte o andarse ocultando, así que tampoco me preocupé por habitaciones de hotel en esa época. Pero luego llegó alguien que vivía en casa de asistencia y sus renteras eran dos viejecitas chapadas a la antigua que le habían dicho "puedes hacer lo que quieras en tu habitación, menos meter mujeres". Y él, contrario a todo lo que decía, era un niño muuy obediente. Y se le ocurrió la magnífica idea de llevarme a un "hotel con clima detrás de la central de autobúses". Fue la primera vez que me preocupé. Nunca había pisado uno, ya tenía más de 20 años y estaba acostumbrada a camas limpias y posters en las paredes, aromatizante de ambiente y música de fondo. Me dí cuenta que no quería ir a follar en un hotel. Me gustaba la privacidad y los cuartos de mis parejas. Parte de mí pensaba "bueno, voy y conozco, vivo la experiencia y así nadie me podrá contar, sabré si me gusta o no", pero la otra parte de mí, no quería ir a un hotel... barato. Por fortuna para mi en ese entonces, las cosas no se dieron así y él y yo tuvimos sexo en otros lugares, no en hoteles.
Luego llegó para mí -sin que yo me diera cuenta- el momento de pisar un hotelito económico. Ya no estaba en posición de "querer o no querer". Me sentía grande como para andar experimentando esas cosas, "si no lo hice antes, ahora para qué..." (errónea ilusión la mía), pero también quería privacidad con mi novio y volví al punto de sentir pena por ser una pareja que no tenía un espacio íntimo para ellos y tener que compartirlo con prostitutas y/o clientes escandalosos. Pasamos por un hotelito discreto que aún así, llamó nuestra atención (es que sólo atraen a los amantes... y a uno que otro asesino). Dos horas con clima por 180 pesos. No mencionaban nada de los huecos en las paredes, del rechinido de colchones proveniente de habitaciones contiguas, de las sábanas manchadas. Cuando ingresamos al lugar, sin recepción, en el que te registrabas desde el otro lado de una ventanilla con rejas y ahí mismo te entregaban tus "tuallas", ví bajar por las escaleras un viejo añoso, a paso lento y al verme sonrío. Una sonrisa sucia, sucia perversa -así la interpreté, ¿qué más se puede pensar en esos lugares?- y mejor dirigí la vista a otro sitio. Luego bajó las escaleras una chica muy jóven, de unos 16, con una mochila rosa en los hombros. Imaginé que se había acostado con el hombre de la sonrisa -¿qué más podía imaginar?-. En ese momento quise largarme de ahí. Pero iba con el amor de mi vida y de verdad que no teníamos a donde ir. No conocíamos de moteles y en los hoteles familiares en los que nos habíamos hospedado siempre nos miraban con malas caras, porque aunque cada vez prometíamos no hacer tanto ruido, terminabamos gritando como locos y luego alguien golpeaba la puerta o la pared y en esos momentos era cuando nos dabamos cuenta que estabamos siendo ruidosos. Mi chico preguntó "¿qué hacemos?". No sé qué le respondí, pero un minuto después estabamos en un pasillo angosto y muy largo, de paredes ocres, mal iluminado. Me sentí en una peli serie B. Fue extrañamente atractivo. Pero la atracción terminó al entrar a la habitación. Sólo mencionaré que no me gustó. Y que el aire acondicionado no funcionó jamás. Mi hombre y yo estabamos nerviosos. Y enamorados. No era como alguna vez fantasié, que llegando al cuarto de hotel saltaría encima de él o él encima de mí, nos arrancaríamos las ropas y tendríamos sexo salvaje, divertido y extasiante, y muchos orgasmos. Es que el ambiente lújubre no incitaba a eso. Si mi fantasía hubiera sido ser la esclava sexual de alguien y que mi máster me hiciera toda clase de cosas obscenas en un cuartito así, el ambiente habría sido ideal. Incluso si nuestra fantasía era hacernos pasar por estrellas porno en un hotelillo barato o el cuarto de tortura de una delegación de policía, el marco habría sido bueno y excitante. Miles de fantasías podrían cumplirse ahí y nadie habría llamado a la puerta o por teléfono para decir que había mucho ruido en la habitación. Pero iba con el chico al que amaba. Y queríamos hacer el amor. Estabamos tensos. Nos sentamos en el borde de la cama y platicamos de tantas cosas. En realidad no sabíamos bien que hacer. Así se nos pasó poco más de una hora. Mi líbido no estaba activa, si se puede decir así. Sentía que debíamos hacer algo, pero no sucedía. Luego intentamos besarnos, poco a poco nos recostamos en la cama. Justo cuando comenzamos a relajarnos apareció una cucaracha. Me histericé y él se puso a perseguirla hasta que la mató. Y nos dimos cuenta que no teníamos que hacer nada sólo porque estabamos ahí. Encendimos la TV. No tenía cable y la mayoría de los pocos canales que recibía, se veían muy mal. Nos reímos. Decidimos irnos. ¿Habría alguna pareja en ese momento, en ese hotel, que como nosotros, no hubiera tenido sexo? Nunca lo sabré. Justo cuando estabamos por abrir la puerta para marcharnos. Una mujer tocó fuertemente y gritó "¡ya se les acabó su tiempo! ¿van a querer más??" "¡NO!" gritamos los dos juntos. Nos tomamos de la mano y salimos de ahí para siempre.
La historia tuvo una continuación feliz cuando se me ocurrió preguntar a mi mejor amiga sobre un lugar adecuado para el sexo. Algo tarde mi pregunta, pero su respuesta nos fue de gran ayuda. Así que cortesía de mi amiga, comparto con ustedes las direcciones de moteles (ojo, son moteles para llegar en auto) agradables y muy higiénicos de la localidad. Por si hay uno que otro despistadillo, como lo fuimos nosotros a esa tierna edad ;)
-Motel Mansión, en Carretera Nacional, casi a un costado de Soriana Estanzuela. hab. regulares $390. suite con jacuzzi $500. Tiene servicio de bar y restaurante a la habitación y en el tocador hay secador de pelo, para que si se bañan no lleguen después a casa con el cabello "misteriosamente mojado".
-Motel Dalí también en Carretera Nacional, a un lado del motel anterior.
-Motel Marbella tiene dos direcciones, una a la salida de Sta. Catarina, carretera a Saltillo. La otra rumbo a la autopista a Reynosa, antes de llegar a la primer caseta de cobro, así que no tienen que pagar.
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